WE'RE NOT IN WONDERLAND ANYMORE, ALICE.

viernes, 26 de abril de 2024

Por si mañana no me acuerdo...

 Y de las pequeñas muertes de la vida y del amor (las despedidas, los cierres), llego a la misma conclusión que la muerte en sí, desde la teoría del todo y de la nada.

Nada somos y a la nada vamos. Pero a la vez, nunca fuimos "nada"... y nunca vamos a serlo. Nos conocíamos de antes (y no lo digo comulgando la falopa romántica y new age), lo siento. Ya veníamos juntes de algún lugar y lo demás, fue un reencuentro, que sabía que debía ser, que sabía también que debía terminar. Y aunque me veo en las fotos de aquellos lejanos momentos, con esos seres ya lejanos en el tiempo, no me reconozco. No puedo recordar lo que sentía, sólo sé que la inocencia de creer en la eternidad se desvaneció y se quedó ahí, en todas esas fotos, en todas esas historias de ese Lilu que supe ser. Ya no me acuerdo lo que se siente amarles como les amaba, pero sin embargo, todavía les amo (diferente, muy diferente, como si fuera un tipo de amor que ni siquiera termino de entender, que ya no se siente en el cuerpo y que no necesita nada más que ser, sin ser depositado). Nada puede cambiar lo vivido, nada borra el hecho de que caminamos un tramo de vida en conjunción, eso no deja de existir sólo por pertenecer a otro tiempo y espacio. Y entonces me doy cuenta que es así... sin saberlo, en nuestra limitada consciencia, eramos todo y, finalizado el asunto, al todo vamos.

Y una vez más, hay que despedirse y dejar marchar... el amor tiene que mutar y dejar de sentirse, para poder ser libre de nuestros intentos por domesticarlo, conceptualizarlo, sistematizarlo y hasta poseerlo, para poderlo entender. A menudo sucede que, en nuestros esquemas humanos, simplemente no funciona. Y sólo queda lo esencial (que a veces, se vuelve invisible hasta para los ojos de la memoria)

Por eso lo escribo...

Por si mañana no me acuerdo, te amo.

jueves, 18 de enero de 2024

Por qué soy une militante del verano?

La gente dice que estamos loques, que seguro tenemos pileta y aire acondicionado. Yo no tengo ninguna de las dos cosas...

Pero sí tuve el privilegio de tener una infancia feliz y haber pasado unos Diciembres, Eneros y Febreros hermosos. Por eso milito el verano, para mis adentros. Para ver si así logro devolver un poco ese espíritu optimista a mi versión adulta que a veces se vuelve tan gris, fría, y desolada.


Recuerdo que esperaba los días de calor con emoción. Me gustaba mucho jugar con agua, todavía me acuerdo con detalle de mi ropa veraniega de los 90's, incluso la de mis 3 años. Cada vez que llegaba la temporada, me ponía tan ansiose por armar el arbolito de navidad, como por abrir mi caja de ropa de estación y volver a encontrarme con mi short de gatitos, mis mallas coloridas, mis remeras estampadas y mis gorritas.


La carpa playera, la pelopincho, las lonas. La chocolatada fría y la gaseosa en lata. El olor a pasto, a protector solar, a off y espiral; el perfume del pelo recién lavado -que no es igual al pelo lavado de cualquier momento del año-, porque esos días se convierte en un blend aromático de acondicionador con olor a sol, a pile y a mar.


Me entusiasmaba el verano porque sentía que era la puerta a un montón de cosas nuevas, era sinónimo de diversión y de aventuras. Sabía que en esa época cosas muy buenas pasaban: conocía amigues nuevos, me llevaban a lugares lindos al aire libre (el club del Banco, el río, la isla, los arroyos cordobeses, la playa...)


Había mucha expectativa puesta en el verano y casi nunca me fallaba, de hecho, cada vez se ponían mejor. En uno de esos conocí a mi amiga Clarita, de Villa Gessel, con quien compartimos varias vacaciones de juegos en la playa y a quien mi familia "adoptaba" como una hija más. Osea,  cómo no va a ser genial el verano?! Si hasta me regalaba la chance de tener una hermana de mi edad por unos días!


Recuerdo que un año nos fuimos a Gessel y, a la vuelta, al toque nos fuimos a pasar unos días en la isla. Estaban mis hermanos, mi prima, su hermana y otres niñes. Había muches adultes también y vi -creo- por primera vez, a mis viejes disfrutar de un verano como si elles fueran niñes también. Se sentaban a pescar y charlar a la luz de la luna por horas, hacían fogones, cantaban; mi tío pelado nos llevó a recorrer una micro jungla (para mí era eso) dentro de la isla. Había bichitos de luz que de noche encendían el aire y el pasto. También, inventé una obra de teatro con les chiques y llamamos a todes les grandes para que la vieran. Fui tan pero tan feliz, que apenas llegué a casa, me puse a pensar en las próximas vacaciones. Le escribí una carta a Clarita -que nunca le mandé- contándole sobre la isla y diciéndole que convenciéramos a nuestres papás de que la dejaran venir el próximo año. Me acuerdo que en mi agenda de Garfield me la pasaba planificando, anotando ideas de juegos y cosas que quería hacer cuando nuevamente, llegara el verano.


Pero el problema, cuando une le pone muchas expectativas a algo, y cuando ese algo ya ha demostrado ser muy bueno, es que la vara queda siempre un poco más alta y que, el no cumplimiento de lo que se espera, desemboca en decepción.


Así fue que ese próximo verano llegó y no volvimos a la isla. Sin embargo sí fuimos a Gessel, como lo hicimos durante años, pero eventualmente, una temporada mis viejes se hartaron de esa rutina -con toda razón y derecho- y decidieron que íbamos a cambiar de destino vacacional. Y hablando de cambios, yo ya me estaba adentrando en la adolescencia -cosa que viví de manera traumática, full negación- y entendí que esos veranos que había planeado en mi mente y plasmado en mi agenda, ya no iban a ser posibles. Porque por más que volvieramos a los mismos lugares, ni las circunstancias, ni yo, ni todes les demás íbamos a ser les mismes.


Quizás sean issues de niñe bien de clase media, pero estas pequeñas frustraciones de darme cuenta de que mi época favorita no iba a volver a alcanzar los picos más altos de felicidad que me supo generar años atrás, fundaron los cimientos de una sutil tristeza subyacente que me acompaña hasta el día de hoy, de que las cosas inevitablemente cambian, que lo bueno es efímero, que la felicidad es un momento y como tal, se termina, y que no importa cuánto planifiquemos, la concreción de nuestros deseos no siempre depende de nosotres.


Después vinieron los veranos de la adolescencia. De ahí en más, a la inamovible expectativa -casi obsesiva y subconsciente- de que el verano debía ser genial, cuasi eterno e inolvidable, se le acoplaron los estándares de Cris Morena y de revista teen de moda de que debía ser hermoso y perfecto. Es decir, no sólo debía alcanzar mi propia vara de felicidad, sino que ahora también debía incorporar los estereotipos de cuerpo hegemónico, de amistades cómplices con quienes crear anécdotas memorables y del amor de verano, fresco y digno de recordar.

Obviamente, muy a pesar de mi exigencia e idealización, no alcancé nada de todo eso.


La adultez trajo consigo otra serie de complejos y desaveniencias (emocionales, mentales y también materiales). Y acá estoy, a mis 32 años, ya pasados los medidados de Enero, tirade en mi colchón sin sábanas y descargando toda esta catarsis con tintes de revelación:

POR-QUÉ-ME-PESA-TANTO-TODO???!! Porque además está la culpa de no poder disfrutar, sin siquiera tener motivos para estar tan triste. Y que cuando no estoy triste, estoy de mal humor y enojade; y que cuando no estoy así, estoy aterrade, con pánico de morirme o que alguien se muera o que cualquier tipo de cosa que pueda salir mal, salga peor que mal y desemboque en los peores escenarios posibles.


Me abstraigo. Me disocio...


Basta. No sé cómo, pero BASTA.


Quiero ser feliz. Aunque me cueste aceptar que es un estado efímero, pero que no permitirme disfrutarlo por la angustia de que se vaya a terminar es casi un crimen hacia la vida. Aunque me lleve constante trabajo aceptar que jamás va a estar todo perfecto, que siempre algo nos va a molestar, perturbar o doler, y que eso no puede ocupar todo nuestro espacio ni toda nuestra energía. Y aunque descubra que hay muchas formas de alcanzar la felicidad, que ponerles rango es un poco ingrato y pretencioso, y que ninguna felicidad se va a parecer a la otra... mucho menos, a la de los veranos de mi infancia.