"¡¿Quién fue el pelotudo que dejó la puerta abierta?!" -click, click.. "NO CIERRA! Está rota!", un soplo de viento dejo abrirse una ranura y ahí los vi: en la cochera de mi casa, acechando en la sombra. Ese tipo que no se quién sería salió a averiguar a qué se debía tanto despelote y dejó el portón de entrada abierto, tal vez había sido devorado antes de que pudiese volver a advertirnos... "Necesito que me ayuden a sostener la puerta, YA!" .. muy tarde, ya se habían abalanzado. Todos los demás siguieron de largo por la cocina, pero nosotros nos escondimos en el baño. "Acá es más cerrado, van a tardar más en encontrarnos". Pusimos la traba y cerramos con llave (el baño de mi casa nunca tuvo llave, pero para esta ocasión, sí) Espiábamos por la cerradura. Sólo unos centímetros de madera vieja nos separaban de esos amenazantes hocicos caníbales. "Shhh". Un solo sonido, siquiera una respiración, y éramos fiambre. Se alejaron. De pronto, ladridos. Gruñidos rabiosos, llanto agudo, desesperación. Pelea de perros o lo que fuese que fueran. Jamás lo esperé, pero debí obviarlo en mi mente; no podía protegerlos a todos. Venía con sus orejas largas arrastrándose por el comedor, para echarse debajo de la mesa. "No podemos hacer nada! No puede ser! No podemos dejarla ahí!", dijo mi hermano menor. No había nada por hacer. Salvo arriesgarnos la vida para suavizar con nuestra compañía los últimos momentos de la suya... como perro vivo. "Bueno, vamos ahora que el pasillo está despejado. Un segundo y volvemos" Nos acercábamos lentamente, estirando el brazo como si éste pudiese separarse diez metros de nuestro cuerpo. No podíamos calcular el miedo que nos provocaba la situación hasta que ella volteó violentamente... Terror! Aún conservaba sus ojos, pero no por mucho... "Hay que volver! YA!" Nos oyeron, nos olieron, venían por nosotros. No sé como, pero la cerradura ahora era un agujero por donde podía pasar la cabeza entera de un Doberman. Y tal como en la descripción, ingresó hasta donde pudo y más, olfateando hasta que las astillas se le clavaban en el cuello. Nuestra sangre se heló en un segundo, y después, se alejaron... eso creí. En la oscuridad del baño, tanteé una bolsa llena de tornillos extra largos, cuchillos viejos y mechas. "Es esto o nada" Uno de esos para cada uno sería suficiente para al menos lograr sobrevivir hasta llegar a la cocina, y hacernos de algún arma más efectiva. Gran plan, pero "cliiin clin clin" Un simple, pequeño, escandaloso objeto de metal cayó al suelo y ya no eran uno, ni dos. Eran cinco, diez perros zombies y caminantes en la puerta de mi baño, o lo que quedaba de ella. No existe onomatopeya que exprese esta situación, las mechas de taladro se incrustaban en los cráneos planos de esos perros, los cuchillos tajaban la piel de los muertos en colgajos. Era una terapia contra la ira: me habían sacado mi paz y mi perra; yo, les sacaría los sesos.
Como en una filmación, lo que recuerdo a continuación, fue que de los perros ya no había rastro. Habíamos acabado con todos ellos, y ahora cargaba con un palo de madera al hombro, grueso y pesado, en el patio de mi casa. El estado de alerta ya era cotidiano. Las rejas tenían candados. Mi turno de hacer guardia en el portón, justo a tiempo para advertir cuatro o cinco intrusos colándose en mi casa. "HEY!" Corro hacia la entrada, y me topo con una niña de pelo negro y corte carré. "A dónde se fueron?! Dos de nosotros.. están infectados!" Dijo, agitada y sobrepasada en preocupación. "Corré por ese lado y avisale a los que estén adentro". Di la vuelta por el lavadero, y para entonces, ya los traían maniatados. No hay demasiado detalle acá. Simplemente, esperé lo necesario, y rebenté sus cráneos prácticamente sin culpa, ya se había vuelto una tarea doméstica más. Todo estaba tan tranquilo como podía esperarse, nuevamente. Pero dos segundos más tarde, irrumpe el sonido de un silbato. "Mi hermano!" Desde el cuarto más alto, vigilaba las cercanías. Si lo hacía sonar, algo andaba muy, muy mal...
Blanco. Habitación ultra blanca, blanco psicótico. También nuestras ropas. Todos estábamos ahí. Vestidos con un ridículo conjunto que combinaba con la palidez de nuestros rostros. Probablemente, hacía días no veíamos el sol.
Una mujer con un guardapolvo largo, que reiteraba el color, se acercó a mi. Yo estaba tan confundida, que apenas deduje que se dirigía a mí porque vi mi reflejo en sus gafas oscuras. "Vamos, abrilo". Su acento era un híbrido de Ruso y algo más. Traía una caja mediana forrada en piel de animal, sostenida en sus manos impacientes, que no esperaron a que yo tomara suficiente contacto con la realidad como para llevar a cabo una simple acción, y la abrieron. "Vamos, tocalo". Un Beagle. Sí, un perro. Que no era mío, pero dada la circunstancia, y sólo en esa ocasión, parecía que sí. "Pero.. estaba muerto", murmuré. "Ya lo ven, damas y caballeros", dijo, "por tan sólo -un estimativo precio-, podrán tener a su amigo de vuelta, como si nada jamás hubiese pasado..."
Como si nos lo vendieran... lo que nos quitaron.
Como si nada jamás hubiese sido casual. Todo era marketing.
Hasta ese punto puede llegar a ser tan cruel y despiadado??
Habló de algo sobre la genética, pero no le di importancia.
Sé que esto es un cliché, pero así es como sucedió: giré en la cama, y me desperté.
Me pregunto qué clase de droga sintetiza mi cerebro mientras duermo.
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